viernes, 9 de enero de 2009

No es oro todo lo que reluce ni acero todo lo que se ve pulido

Como ha habido cierta expectativa acerca de una espada rota (expectativa que yo mismo he mantenido y alentado a que negarlo), haremos una entrada que me ha requerido escasa habilidad manual. Hay un numero limitado de fotos, más que nada porque soy un prisas, es por ello que me complazco en ofrecer a modo de compensación mi primera entrada en NADSAT


La adquisición


Gulando por el mercado medieval de Vic, a escasos 6ºC y un poco cansado de ver “artesanos” con un tenderete de producción industrial en tierras chinas, encontré a un mercader de esto de las armas que me vendía a precio dobo una espada para combate.


La hoja sonaba cantarina, el pomo aun estando roscado se apreciaba joroschó, la empuñadura no bailaba y el arriaz brillaba pulido bajo el sol. Dicho y hecho, cambiamos espada por dengo después de goborar un rato y me fui satisfecho y alegre.


La interfecta


El horror


Al día siguiente de tan estupenda cupera, convencido yo de tener una espada de veras joroschó (una vez más, la hoja me parecía chudesña), pusimos en practica junto con el resto de drugos de la Orden del Acero Negro nuestros conocimientos y nuestras ganas de dratsar. Ahí fue, oh tragedia, cuando el arriaz de mi arma, conecto un butcharnó con el escudo de Quinto de Bocangel, audiando la concurrencia un chumchum metálico contra el suelo.


Videando detenidamente la hoja nos dimos cuenta del desastre, el arriaz se había crarcado dejándolo asimétrico ¡Hierro colado por Belcebú! Aquel arriaz no era más que hierro colado del más maluolo cromado (y con un cromado muy dobo eso si) para despistar.


El cuerpo del delito


Lo peor de todo, fue darme cuenta al desmontarla (resulta practico que el pomo vaya roscado), que solo esa pieza era de inferior calidad, pues la hoja tenia una espiga de 20 mm de ancho y 6 mm de grosor, y el pomo iba roscado sobre una espiga del 6.


Acto seguido contacté con el vendedor para hacerle ver que su artículo no resultaba seguro, y me ofreció una espada de sustitución, cosa que acepte encantado.


Al llegar a mis manos, me di cuenta que el arriaz de la nueva era de buen acero, que el pomo roscado estaba perfectamente encajado y no se iba a mover nunca mas, y que la hoja era lo mas feo y antiestético que he visto en la vida… Un trozo de plancha con forma vagamente espadil y 4 mm de grosor, blanda y rigida.


La decisión.


Viendo el percal, pedí si podía quedarme los restos de la anterior espada para intentar repararla. Cosa a la que el buen mercader accedió.


Ya estaba yo pensando como fabricarme un arriaz que no fuera feo de narices, o directamente antiestético. Que si amolando, que si puliendo, que si quitando el del bicho nuevo que me habían traído… Finalmente, se me apareció una especie de ángel: un hombre a escasos quince minutos andando de mi puesto de trabajo podía venderme un arriaz suelto, listo para montar por un precio escaso. Mi decisión estaba tomada.


Montando que es gerundio


El arriaz se veía duro como hierro acerado que es. Recto, pero con reducción hacia los extremos, rustico pero elegante. El único problema era que la perforación por donde debía entrar la espiga era insuficiente en anchura (aunque de grosor perfecto). La solución fue realmente fácil: el arriaz es hierro y la espada es acero, luego el arriaz es más blando que la espada.



Primero, hice un rebaje en la zona donde encajar la hoja provisto de mi dremel y de discos esmeriles “heavy duty” (cobrados a precio de hard face).


Luego, armado de unas maderas, una buena maza y un trozo de tubo dobo grueso, me dispuse a montar el invento de forma que jamás se moviera de su sitio.


Las maderas puestas sobre el arriaz para no marcarlo y el tubo sobre estas con la espiga pasando por su interior fueron el preludio del gronco concierto de tolchocos que requiere encajar en frío un trozo de hierro en otro.


Terminada la labor, solo quedaba poner la empuñadura en su sitio, roscar joroschó y colocar el pomo terminando un trabajo muy satisfactorio.


El resultado


El resultado (2)